Alguien con las tripas repletas de hostias 
sostiene que el aborto es un crimen abominable.
Cree que toda persona que nace porque sí 
puede terminar siéndole servil 
sin grandes erogaciones 
en alguna vuelta de la vida. 
Pero cuando ese ser que nace porque sí, 
tropieza en la 'marginalidad' 
y por querer apropiarse de objetos 
para parecerse a su 'víctima', 
le provoca un daño tal como la muerte, 
allí muestra sus dientes. 
Entonces vocifera sobre la necesidad de asesinarlo, 
eliminarlo, destruirlo, 
que el sistema legal contemple la extinción de personas. 
Los ojos se les vuelven rojos, de odio, 
ojos extraviados. 
Como los ojos de los chicos en Retiro.
06 noviembre 2010
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