18 abril 2011

18

Encontré a Moby en un catálogo en papel
cerca de Maná, Mecano y Miguel Bosé.
La tendencia de abrir siempre todo cerca de la mitad.
Confié en la corazonada y lo hice grabar de una.
Sólo había escuchado we are all made of stars,
otro sonido, no sonaba a viejo como lo habitual,
esas mismas notas una y otra vez, repetidas,
monótonas hasta el aburrimiento.
Descubrir 18 fue llegar a la mayoría de edad.
Un día llevé el disco dentro del original
de super black market clash.
al departamento del gordo Cristian
Esa joya de los Clash la había cambiado
por el inentendible Danzig III.
Algo que podía escuchar todos los días
por algo que juntaba polvillo
y mi ira por verlo así de gris a cada momento.
El gordo Cristian tenía la costumbre de atender
en bóxer a las visitas, aún si había desconocidos.
Habrá creído que su cuerpo era agradable.
Era como que Black Francis muerto hace una semana
te abriera la puerta en calzoncillos.
La cuestión es que llego y sugiero poner el disco.
Estaban escuchando los novísimos Miranda
junto con el negro Indie, también Adicta,
decían que era lo que se venía.
A mí me sonaba recontraputo pero lo oía
Había un afiche de Infame en el techo.
Al fin salieron tres temas de Moby, de fondo,
como para recuperar el aire
mientras desaparecía el Cuvée de los vasos.
El gordo en calzoncillos dijo “está bueno”
y al segundo cambió por Rammstein al palazo.
Parecía que batía tragos con las manos
hacia adelante y para arriba , y decía que sí con la cabeza.
No es el primer gordo boludo que conozco
que se fanatiza con Rammstein.
Terminé preguntándole si quería que le dejara el disco.
Dijo que sí. Ese fue su final.
Nunca más lo recuperé. Hasta posavasos fue.
Por supuesto que el gordo
siempre sostuvo que al disco lo tenía yo
y que nunca se lo había dejado.
Los dejé juntos sin cuestionar nada.
Moby Dick había conocido a Moby.

06 abril 2011

rescatate gorda

Conozco una gorda que de un año para el otro se puso buena,
buena en el sentido fornicatorio de la palabra,
no buena de buena leche sino buena de chuparla con los ojos abiertos
esperando que la rieguen de leche buena,
quizás con la espectativa de evitarse una comida.
Los tipos comunes se empezaron a acercar más seguido,
a menudo, con deseos de insertarle el cogote de pollo.
Ella se los bajaba como la convertibilidad, uno a uno.
Los marcaba con palotes en la pared de su dormitorio,
había hecho una especie de guarda que arrancaba
a la altura de la mesa de luz y se perdía en el extremo opuesto de la cama
Tenía un hijo pequeño que vivía con ella en una casita
que pagaba el padre de la criatura, un señor muy serio y pálido.
Un día, el niño intrigado le preguntó a su madre,
¿qué son esas rayitas detrás de la cama grande?
Ella puso la cara de Grecia Colmenares
y respondió: son los días que hace que tu papá nos abandonó,
se fue con otra persiguiendo la felicidad, y nos dejó acá
abrazados el uno al otro, masticando el dolor;
hasta la computadora se llevó, pero me dijo antes de irse:
‘harás una guarda de palotes verticales
pegados uno tras otro en la cabecera de la cama
hasta que el círculo se cierre, entonces fijate lo que pasa’.
Cuando esa guarda haga que las líneas se choquen entre sí,
ese día, hijo, vos tendrás un nuevo papá,
lindo, rico, bondadoso y popular,
como siempre quisimos con tus abuelos.
Sabio tu papá, hijo, debo reconocerlo, ese creo es su único don
porque como hombre, dejaba mucho que desear.
Pobre gorda, creía que el cerebro era para amortiguar el golpe
en caso en que en una fellatio furiosa
el miembro atravesara de lado a lado el paladar.
Eso, es imposible