18 abril 2010

trenes

El convoy tomó otro destino.
Nunca le avisaron.
No sonaba esa sirena inconfundible,
el suelo no temblaba.
¿Agota la espera en soledad?
¿Aturde el silencio?
Ella respira paciente,
pero uno de estos días
el reloj abandonará la música monótona de siempre
para estallar por el aire.
La expansiva hará clavar agujas
en el cuello de su partenaire.
Marcarán las siete y cuarto.
La sensación de la bala en la recámara
o la del blanco que espera en vano
el calor gélido del objeto que lo perforará.
Agazapado, esperando el momento,
mirando el reloj a cada instante.
Como una máquina de reproducción humana
en sentido horario. Los ojos sellados
de tanto no encontrar, o bien abiertos,
esperando la señal del vértigo que nunca llegó.
Lo que tanto atormenta alcanzar
no está delante ni detrás, diría en los márgenes.
Sueño ver con ojos de pájaro.
Cuerpos vacíos pero resplandecientes,
flotando como panaderos,
orbitando por ráfagas de aire,
a punto de fundirse o de colisionar
unos con otros y desmembrarse
en una lluvia de algodones
o de cristales en punta.
Lo áspero y sinuoso a la vista
puede ser suave y calmo al tacto.
O la misma mierda maloliente
con distinta textura.

11 abril 2010

la mariposa volvió a larva

No me dieron opción, sólo nacer, respirar, comer, enfermarme y lo demás.
Vine así, como sopla de pronto una ráfaga de viento o una hoja cae al suelo,
como cualquier híbrido entre lo físico y lo químico, tal vez explicable
con una ecuación numérica de seis a diez páginas o por un cuadro sinóptico.
O más sencillo sería decir que porque dos culearon existo, tributo.
De haber tenido la posibilidad de elegir el objeto en el cual encarnarme,
se me ocurre una hoja de bisturí viviendo en una empanada de vigilia
o una gillette en el plato de las hostias, listas para liberar de sufrimiento
a una multitud fofa de complacencia, desgarrada de tan reverente.
Si optara por ser un fluido, quisiera derramarme como charco de aceite
en la autopista de los que corren para llegar más temprano que el micro.
Ese que trae a los obreros, los trabajadores, los cegados de razón porque sí.
Rápido como digitar la vida es la muerte en la ruta, más singular.
No hay justicia en la muerte, sólo sangre y gusanos por venir.

Si me tocara ser orgánico optaría por un gusano, una larva, una mutación,
un cambio de formas permanente. No me jodería encapsularme, el encierro,
para cambiar ser rastrero por volador. El alto precio del sometimiento
a la ruptura dérmica, la carne se abre paso para dar lugar a las alas.
Vista aérea, planos picados, al cuidado de los predadores, igual que abajo
pero comiendo flores. Néctar corriendo por mis mangueras internas,
buscando luego volver a tierra excretadas sobre cabezas desechables
en cuerpos humanos muertos por el imperio de cerebros comatosos.
Y el lugar común, no pensar, perder la preocupación por tener que elegir
un recorrido, una dirección, sólo dejar que el viento me lleve, cerca, lejos.
Copiloto en mi propio fuselaje, viviendo de la contemplación,
fornicando libremente ante seres con dos anos debajo de las cejas,
insensibles de sí mismos, impalpables, forrados en cuero sintético.
Un final succionado por un radiador de coche en una ruta comercial
o en emanaciones de luz fluorescente por efecto de los agroquímicos.
Más elegante sería un alfiler al pecho y en la espalda un telgopor,
los ojos congelados, la lengua espiralada. Pose relajada…

02 abril 2010

De todo lo que ocurre cuando el corazón comienza a aligerarse
lo peor es el sentimiento de la muerte por llegar.
Y uno en ojotas o viendo Telenoche o tomando el té.
Salvo que la muerte sea una mujer hermosa, única, fantástica,
Una de las que encaran en algún lugar con cualquier escusa
y embrollan en segundos con promesas formidables. No hay freno,
la resistencia es nula. Treparse a su coche y querer devorársela
es lo primero que se le cruza a una mente confusa de seducción.
La gran mayoría agarra viaje salvo los que sufren de vértigo,
los moralistas, las estatuas, los maniquíes y los garcía díaz.
Curioso lo de los moralistas y lo de los propaladores de libros sagrados
ya que son quienes mayor índice de conductas degeneradas
realizan en ámbitos privados, dirán los órganos de medición
de comportamientos infranormales y actos de depravación.
Quizás por esto es que ellos temen de esa manera a la muerte,
ante la creencia de que la muerte es un putón, con bambalinas,
fanática de humectarse la cara con semen de ocho testículos.



El miedo al fracaso es más amargo que el miedo a la muerte.
Es alguien sosteniéndose a sí mismo colgando de un precipicio
hasta que la gravedad y el cansancio hacen abrir las manos.
El golpe contra el suelo, la última nota, el imperio de los rojos.
Juegan todos los sentidos, debería ser formidable, una fiesta.
Como nacer, pero sin todo lo que le sigue, como nacer muerto.
En cambio fracasar puede ser la sombra de alguien,
Algo que sigue a todas partes, como tener una voz de mierda,
se puede vivir impostándola pero en un momento de tensión
sale, siempre sale algún chillido o reflujo que desnuda la farsa.
La vergüenza, la sangre aprieta azotea, y si no hubiera hueso
sigue viaje hasta tomar altura para no ser vista nunca más.
Como fracasados prefiero a los que arrancan temprano
meando la tabla del inodoro, se lavan los dientes con cepillo ajeno,
se manchan la camisa con el café y traban la cerradura de salida.
Todo en media hora, a ocho fracasos por hora se hace extenso,
un número semejante a ciento sesenta fracasos diarios
descontando que un fracasado no duerme más de cuatro horas.



Me pregunto cómo será vivir en Europa. No tengo respuesta.
Escucho breather de los chapterhouse, imagino trajes grises,
corbatines, medias blancas y mucha farmacia en sangre.
Nucas rapadas a navaja y olor a lunes en el pico del jueves.
Por acá abundan las mangas cortas arremangadas,
las zapatillas blancas y la piel lavada a la piedra, como jeans.
Los ojos rojos o vergüenza de todo lo que no se debió ver,
La garganta ajada por gritar, lánguida por tragarse el grito
Y estar en un proceso de digestión sin fin, trunco, estéril.
Me cuidé de los hongos
con cremas y talcos al efecto.
Doblé la ropa
hasta hacerla toda del mismo tamaño.
Evité los incendios,
cuidé el agua,
apagué luces innecesarias.
Surfié en fuelles de trenes húmedos
que sonaban a Ministry
entre las hojas de hinojo y el barro de la chapa del vagón.
Me embriagué de música,
vomité sobre toda superficie conocida hasta el momento.
Me probé en clubes de fútbol
como quien va a un casting de talento.
Me burlé de todo cuanto se cruzó ante mis ojos
incluyendo la muerte.
Una vez me llamaron 'el burlista',
y por supuesto me burlé de eso.
Detesto usar la palabra 'detesto',
más bien la aborrezco.
Los taxistas apurados
y los autos que salpican
sacan lo peor de mí.
Ni hablar de los taxis que salpican...
Les escupiría por la ventanilla
hasta deshidratarme.
A los chinos que hablan a los gritos
los imagino con las mandíbulas trabadas
con sus caras hepáticas
desencajadas de dolor occidental.
Un policía hablando en códigos
es como un cura dando la misa en latín.
Me imagino a los porteros de edificio
con ruleros y enagua de puntilla por debajo de la grafa...
No es odio ni envidia,
sólo
la naturaleza
de un desquiciado.