23 agosto 2010

cataratas

El día que vomite todo mi odio,
aparte del riesgo de deshidratación
luego del chorro final,
de la última contracción del abdomen,
comenzarán a emerger mis órganos,
uno a uno por esta boca.
Hasta volverme reversible,
dejando a la intemperie
algo como una desnudez viscosa
sólo vista en manuales forenses
o en bibliografía para el estudio anatómico.
Los perros me provocan desconfianza.
No dejo de imaginarme huyendo
de un hijo de puta de cuatro patas
que se me acerca no por algo de cariño,
si no para sondear si me puede afanar
un riñón o pellizcar un ganglio;
o corriendo a un cocker que se escapa
con mi intestino delgado entre los dientes
unos metros adelante
como si lo estuviera llevando de paseo
pero que en vez de correa
va aferrado a una manguera de carne
rellena de deshechos, de mierda humana
en un juego macabro que cuaja la digestión
y hace ensanchar los pulmones.
El odio me hace perder el apetito.

1 comentario: