27 septiembre 2022

manillar

Un tipo trepado en una moto china intercepta a una joven que camina con bolsas de supermercado en cada mano. El sujeto hace asomar el pico inquisidor por la ranura del casco entreabierto. Pregunta algo del barrio, por el nombre de una calle, por un colegio religioso, es raro, nadie en la calle, es feriado de carnaval. Ella le responde señalando el camino mitad con el seño, mitad con la cabeza. El preguntón avanza lento y luego se pierde en una esquina. Al rato vuelve, parece no haber entendido, repregunta. La mujer un poco fastidiosa repite pausadamente la misma indicación anterior. El de la moto ya no presta atención a las palabras de la joven, ni siquiera advierte su tono malhumorado, clavó sus dos pies en el suelo y los ojos en la intersección entre el vestido de la muchacha y sus piernas. No escucha ni le interesa lo que le dice, sus ojos se vuelven de vidrio mientras ella mueve la boca con gestos recios. Panea hombros desnudos, pantorrillas de amazona, brisa en el pelo. Con la mano izquierda aprieta firme el manillar, simula desorientación en el perfil que da a la mujer que no para de hablar y de dar señales con sus manos revestidas en bolsas con membrillo, manteca y azúcar. Con la mano derecha el motero se frota la verga por sobre el pantalón a ritmo de masaje. Ella no lo nota en principio, pero el vidrio del casco se empieza a empañar producto de la efervescencia de una cabeza que no para de imaginar situaciones que fermentan en una entrepierna que se anega justo cuando ella dice toldo. Recién en el instante que el sujeto lanza un sonido espasmódico ella toma conciencia de que acaba de ser inspiración de una paja al paso. Con la confianza violada la muchacha se aleja del lugar pensando en lo patológico del cuadro. Camina y menea la cabeza, se repite no puede ser, ¿cómo es posible? ¡qué salame! No para de maldecirlo. Al fin llega a su casa. Deja las bolsas sobre la mesa de fórmica marrón veteada. Es feriado, su conviviente y el ordenador son una sola unidad. Ella le habla, él contesta sin quitar los ojos de la pantalla. La chica aún turbada por la situación, comienza a desarrollar la horrible anécdota. Aunque al tipo parece importarle tres carajos, de pronto se incorpora cuando ella enuncia la frase se estaba haciendo la paja. El hombre se levanta en absoluto silencio y la toma de los hombros. Le pide que por favor le cuente de nuevo todo lo sucedido. El relato surge con naturalidad, la chica no parece conmovida. El la mira y trata de armar el story-board del suceso en su mente. El relato finaliza y se miran fijo a los ojos por unos segundos. El muchacho rompe el silencio preguntando el motivo por el cual ella no lo llamó por teléfono en el mismo momento de sucedido el asunto- Tenías el celular encima, le recrimina. – ¿Y qué ibas a hacer? Responde la mujer elevando un tanto el tono. El tipo no deja de mirarla, los párpados se le congelan, levanta la mirada hasta el techo, da media vuelta, vuelve al ordenador pensando en nunca haberlo abandonado. Sigue sin pestañar, cocina una respuesta. Ella lo sigue mirando, la tensión sigue en su pico máximo. El tipo sentado con el brillo blanco del monitor en los ojos gira su cabeza hasta la posición de ella que aún espera un remate a la cuestión y abriendo apenas los brazos exclama: ¿estrecharle una mano? La pasta frola salió deliciosa esa vez.

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